Siempre
he pensado que la Plaza de San Pedro es lo único rescatable del conjunto.
Bueno, no me refiero a la de Bernini en Roma sino a la del MOP en Algarrobo;
digamos más bien la plazoleta, esa que se construyó a un costado de la
nueva caleta de pescadores. El monstruoso edificio, tal vez fue pensado para
amparar un promisorio crecimiento de la pesca artesanal en los próximos
cincuenta años. Lamentablemente, sus creativos no previeron que la alevosa
contaminación que genera Esval en la bahía, pronto terminaría con la originaria
y emblemática actividad, a cuyo patrono se erigió, en la misma explanada, la
imagen que protege a esos hombres de mar.
La modesta pero innegable armonía estética de la plazoleta fue dañada,
hace ya varios años, por la presencia de un quiosco aceptado por la autoridad
de la época, que tiene el triste mérito de afear innecesariamente el lugar.
Recordemos que en el sector se vende casi de todo: desde otros quioscos, en el
suelo, desde automóviles, sobre el muro del paseo, etc. (de vez en cuando pasa
el hombre de la pluma ofreciendo palmeras…).
Hoy, a raíz del fuerte empeño de la naturaleza, ha sido preciso proteger al
innecesario edificio mediante la construcción de un potente rompeolas. Sin
embargo, ello ha permitido a los autores de la obra el interesante desafío de
reponer la estética del lugar y la comodidad de los paseantes, mediante la
extensión de la explanada además de algunos asientos adosados al muro de
contención. ¡Bravo!
Creo que es la oportunidad de que nuestras actuales autoridades replanteen la
política comunal de autorización de ventas al detalle, no permitiendo la
reinstalación del citado quiosco como primera medida y, también como impostergable,
la revisión completa de las autorizaciones que en forma tan incomprensible han
sido otorgadas durante el último tiempo.
j joaquín berríos r