martes, 1 de julio de 2014

Más allá del mausoleo del Litoral de los Poetas


Mi amigo Roberto Pizarro recibe una invitación de Santiago para ir a hablar sobre su producción escultórica ante jóvenes estudiantes. Se le sugiere que aborde el tema de la identidad. Roberto, cómo no, se toma muy en serio dicha propuesta y, rascándose la barba con sus machacados dedos, me pide si podemos reflexionar juntos en torno a este asunto. Le interesa aclarar aspectos respecto a las señas que lo vinculan con lo local, con el territorio. Roberto lleva casi diez años viviendo en la provincia sanantonina -primero en El Quisco, ahora en Isla Negra- y desde un principio buscó el vínculo franco con lo nativo, los pescadores, los oriundos. Empaparse con el hálito de lo local, permearse a su influjo. Además, empleó mayoritariamente para sus obras el ciprés, madera que abunda en la zona. 

Traspasado el umbral del mausoleo del "litoral de los poetas", el ejercicio de búsqueda de referentes culturales locales se pone cuesta arriba. Más allá del brillo y el peso de esos grandes elefantes de nuestra lírica que vinieron a recalar en estas costas, las voces actuales que den nuevas y certeras señas de este territorio cuesta distinguirlas. Se me dirá que los creadores, los poetas, muchos de ellos, por natural inclinación, prefieren los silencios, las sombras, ese manto del anonimato que propicia la eclosión del diálogo creativo... Pienso en Mellado, otro hijo putativo de la provincia, y su obstinada vocación por levantar un discurso desde la territorialidad sanantonina, sus sucesivos alejamientos, sus repetidos exilios. Pareciera que las brumas costinas, nuestras camanchacas, ayudaran a acentuar ese rasgo veladamente esquizoide de nuestra provincia. El puerto, que casi a su pesar lidera los esfuerzos de identidad de toda la provincia, emerge, se visualiza -también casi por accidente- como el "principal puerto de Chile". Pero, ¿cómo pesa este puerto, este enclave importante, a nivel cultural? Mención obligada: es el territorio del Tío Roberto y la Negra Ester. San Antonio, levemente echado al sur de la capital, cercano a Melipilla y rodeado de extensiones agrícolas, en contrapunto con Valparaíso, presupone la conexión campesina, vernácula, popular, con los encantos y excesos de la vida de puerto. Por algo llegó aquí y a ninguna otra parte el Tío Roberto. La figura de Ramón Aguilera, rey de la canción cebolla, emerge, en este mismo sentido, como el hijo más lógico y esencialmente local de esta tierra.

No hace mucho, pero finalmente, San Antonio tiene un centro cultural, que viene un poco sobre la hora a corregir el brutal desfase entre institucionalidad cultural local y su condición de gran centro urbano. Los actores locales -que quizá sean pocos pero sí que los hay- reclaman que al momento de las planificaciones iniciales nadie se les acercó para pedirles su opinión (a mi, al menos, tampoco me la pidieron). Algo perdido, algo a trasmano, emerge hoy como un gran hongo blanquecino y ofrece una nutrida cartelera de espectáculos, gracias a la inyección de recursos provenientes del mega-puerto. 

Algo sacamos en limpio conversando con Roberto. Respecto a su propia obra. En términos más amplios, las señas de nuestra identidad local se desdibujan. Existió Neruda, existió Huidobro, existe (todavía) Parra, pero la verdadera identidad de una tribu se delinea más allá de un puñado de grandes hitos, un poco sobrepuestos, por lo demás. Se configura en base a una multitud de voces, un cuerpo de trabajo, una relativa coincidencia de gestos, de esfuerzos, de impulsos. No se trata tampoco de intentar aplicar criterios estandarizadores. Sería ridículo, o al menos muy poco interesante, comprobar que la zona de Curitiba y sus alrededores, por ejemplo, se distinguiera a nivel de Brasil por el sometimiento a cierto canon, digamos, estético determinado. O la de Entre Ríos o de Futaleufú o la de donde sea. Por estos lados simplemente no existe ese mínimo tramado, esa mínima nervadura que de sustento a un perfil identitario de relativo espesor. Sólo existen esfuerzos puntuales, y claramente desmembrados, como el de Roberto, que lleva hasta su parcela grandes cuerpos de cipreses tumbados por el azote del invierno y, entre el barro y las virutas, les arranca la forma de un monumental cetáceo o de una mascarona con rasgos yaganes. Sus referentes, sus pares, sus verdaderos interlocutores están en cualquier lado, menos por estos paños.

Pablo Salinas.
Sitio interactivo de participación ciudadana con información de interés general al servicio de la Comunidad

donde puedes opinar y publicar en: